En los últimos años en México el tema del acoso escolar (en
inglés, bullyng) se ha colocado en el primer plano de los medios de
comunicación, las redes sociales y la agenda pública. No es que sea un tema de
moda ni un problema de salud pública emergente; ha estado allí por muchas
décadas, en los ámbitos escolares especialmente, pero sin duda actualmente ha
incrementado su presencia y su impacto.
El Instituto Nacional de Psiquiatría, señala que en México
el 14% de la población escolar de secundaria y bachillerato ha sido víctima de
acoso escolar. Son los
hombres los que más padecen el acoso escolar. Según la Comisión Nacional de
Derechos Humanos (CONAPRED), la violencia física y emocional es un riesgo para
más de 18 millones de niñas y niños que estudian primaria y secundaria.
Es sin duda este un problema de salud pública, no sólo por
su magnitud, sino por la trascendencia de los daños: quienes son acosados
suelen disminuir su rendimiento académico, se retraen o aíslan de los demás, empiezan
a ausentarse de la escuela, hasta dejarla por miedo a sufrir agresiones más graves.
El panorama es desalentador, especialmente cuando vemos la
forma como las conductas de acoso se van especializando; por ejemplo, ahora,
con el uso de la tecnología móvil y las redes sociales la juventud acosa a
través de ellas (cyberbulling), dañando la imagen de otros a niveles
insospechados. Según una encuesta realizada por la compañía McAfee, en el 2012,
el 47% de la población joven mexicana había sufrido algún tipo de agresión a
través de las redes sociales.
El acoso escolar es una expresión más de la normalización
del uso del poder y la fuerza física como mecanismos para relacionarse; quienes
acosan y discriminan en la escuela (ignorando, excluyendo, insultando, humillando,
maltratando, agrediendo a quienes consideran inferiores o débiles) operan bajo
la misma lógica que aplica en otros fenómenos discriminatorios:
- Se da una conducta de exclusión o discriminación.
- El origen de esa conducta es la idea de que el otro es inferior o no merece las mismas oportunidades por alguna característica o condición que se considera inferior (característica física, origen étnico, posición económica, rendimiento académico, preferencia sexual).
- El efecto es una lesión a sus derechos y libertades (ser tratado con respeto, en condiciones de igualdad, sin violencia, tener acceso a bienes y servicios).
El problema es tan grande que no se restringe a los efectos
a corto plazo, es decir mientras se sufre el acoso escolar. Estudios han
mostrado que quien sufrió acoso en la infancia es propenso a sufrirlo de nuevo
en el ámbito laboral (se le denomina Mobbing), por ejemplo, si está originado
en la apariencia física o en las preferencias sexuales… y es que desafortunadamente
a los niños y niñas acosadores los educan adultos acosadores. Sumado a ello están
las secuelas psicológicas como ansiedad, depresión, estrés postraumático, pérdida
de la autoestima, hasta llegar a las conductas suicidas.
El uso de la violencia y las conductas discriminatorias se
reproducen, se imitan. Las personas que violenta, agreden, segregan o
discriminan lo hacen porque han crecido bajo la idea que es normal, natural que no
somos iguales, que las diferencias entre personas y grupos sociales se basan en
características de organización social: de un lado los poderosos, los fuertes,
los ricos, los exitosos, los bonitos, los heterosexuales; en el otro lado, los
débiles, los pobres, los discapacitados, los que no son como la mayoría. De
allí la importancia de implementar acciones integrales para prevenirla tanto en
la infancia como en la convivencia de la población adulta.
Para ello, de entrada podemos hablar de dos caminos. Primero,
la educación en el respeto, la igualdad y la no discriminación. Cierto es que
se está avanzando en esto; organismos de salud, educación y de la procuración
de justicia han generado en los últimos años gran cantidad de capacitaciones,
materiales educativos y campañas para promover una cultura de igualdad y
Derechos Humanos, para prevenir la violencia de género, la discriminación y el
acoso escolar. Lo que sigue es mantener estos esfuerzos y convertirlos en
prácticas cotidianas y congruentes.
En segundo lugar, en psicología de la salud y salud pública
se habla de estimular en las personas y las comunidades una serie de factores
protectores para la salud mental, factores que contribuyen a generar algo que
se llama resiliencia, la capacidad de las personas para afrontar y superar positivamente
situaciones adversas y de dolor emocional; para ello, se requiere fomentar en
la familia, la escuela y la comunidad prácticas como las actividades
deportivas, permitir que las personas desarrollen sus interés, que mantengan
vínculos afectivos con gente de su entorno familiar y social, contar con
modelos sociales positivos, tener responsabilidades sociales, estimular el
sentido del humor y las diversiones sanas, que el clima educacional sea abierto
pero con límites claros, estimular la autoconfianza y la autoimagen.
Así como de grande parece ser el problema, pueden ser las
oportunidades que todas y todos tenemos –como padres y madres, como educadoras/es,
como vecinas/os y como ciudadanía- para contribuir a prevenir el uso del poder
y la agresión como mecanismo para relacionarnos. Fomentemos el respeto, la
colaboración, la solidaridad, la igualdad, el afecto, la salud mental positiva
en nuestras aulas como principios de relación diaria.
Sitios para profundizar en el tema: